Había ganas de Sanfermines ¡y qué ganas! Se lo decían los pamplonicas que se saludaban por la calle. «Por fin», «sí, por fin». Y se palpaba en las calles, donde ya desde primera hora la gente almorzaba y cogía fuerzas para las 204 horas de diversión que después de una larga espera de tres años se les presentaban por delante. Pablo Eugui, pamplonés de 30 años, ha regresado desde Viena, donde trabaja, para vivir estos Sanfermines tan especiales junto a su familia y a sus amigos y disfrutaba de unos huevos con chistorra y papatas fritas en el Bosquecillo, ambientándose ya para la fiesta. Muy cerca caminaban hacia la Plaza Consistorial Raúl Ramírez y sus amigos que venían desde Los Ángeles. Hace dos años que esperaban hacer realidad el regalo que le habían prometido a su hermano Cristian por su cumpleaños y se habían engalanado de la etiqueta para la ocasión. Los cuatro vestían de inmaculado blanco, con el nudo de la faja a la izquierda como es debido y llevaban el pañuelico rojo en la muñeca, a la espera de anudárselo al cuello tras el Chupinazo. «Vamos a meternos en la plaza, claro, y mañana al encierro», decían aunque todavía no conocían ni el recorrido por el que corren los toros y cabestros hasta la plaza ni habían visto la envergadura de los toros de Núñez del Cuvillo que aguardan en los corrales del gas para el día grande de las fiestas en honor a San Fermín.
En el rincón de la Aduana, en un portal adosado a la iglesia de San Lorenzo, que alberga la figura del santo, un numeroso grupo celebraba los 25 años de almuerzos cantando a voz en grito a Camilo Sesto y su «Vivir así, es morir de amor». Los cánticos se multiplicaban a medida que se avanzaba hacia la plaza del Ayuntamiento que con sus apenas 2.000 metros cuadrados es capaz de acoger a más de 11.000 personas en un día como hoy, que las había. Los inevitables empujones para asistir en persona al lanzamiento del Chupinazo no amedrentaban a un buen grupo de navarros de mediana edad que antes de entrar ensayaban sus voces en la calle Mayor. Xavier Díaz, Ana Recalde, Eduardo Portillo, José Mari Compains, Puy Aramendi, Ana Hualde, Zelaida Biurrun y Pablo Iribarren entonaban una canción en euskera de Oskorri, con la compañía de otros que se sumaban y les deseaban que pasaran buenas fiestas. Venían preparados, con sus chubasqueros en la mochila, que sacaron ante la iglesia de San Saturnino antes de adentrarse en el gentío.
Allí aguardaba un retén de sanitarios de la Cruz Roja, que había movilizado dos ambulancias, un vehículo auxiliar y hasta un camión por si se producía algún accidente de múltiples víctimas en el Chupinazo para poder montar un hospital de campaña. «Entre enfermeros, médicos y socorristas, estaremos para el Chupinazo unas 30 personas repartidos en tres puestos (Santo Domingo, San Saturnino y en San Agustín)», comentaba el responsable del puesto desde 2012, Josetxo Campion, que sin embargo no preveía casos graves. Desde que prohibieron la entrada de vidrio en la plaza se ha reducido considerablemente las atenciones a heridos con cortes en los pies. Un cordón policial vigilaba que se cumpliera la normativa, revisando bolsas y mochilas.
A falta de un cuarto de hora para el lanzamiento del cohete, los aledaños de la plaza Consistorial estaban abarrotados de gente. En la cuesta de Santo Domingo la gente emulaba a los toros que mañana subirán a toda velocidad en el primer encierro, embistiendo para hacerse un sitio en oleadas. Y allí, en medio de los empujones de unos y otros que se soportaban con un encomiable buen humor se encontraba Pedro, un peregrino alemán de unos 60 años que decidió ayer hacer un alto en su Camino de Santiago para vivir los Sanfermines. Con su camisa a rayas, observaba a la gente con una amplia sonrisa que ni el vino que le caía de tanto en cuanto le borraba de su rostro. Muy cerca, los cánticos hacían que escuchar a Mercedes fuera toda una proeza. Para esta joven peruana eran sus primeros Sanfermines, también. Venía a pasar solo dos días, pero intensos.
El reloj avanzaba entre cánticos, bromas y empujones hasta que a las 12 menos cinco minutos comenzaron a elevarse los pañuelos al cielo. «¡San Fermín!» «¡San Fermín!», coreaba la plaza que gritó aún más fuerte cuando vio asomarse al exfutbolista Juan Carlos Unzué al balcón del Ayuntamiento con su silla de ruedas. Hacía días que había dicho a los más próximos que iba a intentar ponerse de pie para lanzar el Chupinazo, desafiando sus propias fuerzas mermadas por la esclerosis lateral amiotrófica que padece. Y así lo ha hecho, para admiración de todos antes de dedicar a los sanitarios ese cohete tan especial, tras dos largos años de pandemia.
No hay pamplonés que no se emocione al oír ese «¡Viva San Fermín!» que se grita en castellano y en euskera. Y más en este año. El Chupinazo rompía el dique levantado por el Covid en dos largos años de miedo, dolor y confinamiento, liberando la alegría de los miles de jóvenes y no tan jóvenes que brincaban y brindaban ante el Ayuntamiento.
Ni el desapacible tiempo con que ha amanecido este 6 de julio, con fuertes chubascos, ha logrado contener estas ganas de diversión que ya se palpaban desde el día anterior. «Me encantan los Sanfermines por los encierros, la fiesta y por cómo la viven los españoles», decía Ryan Werts, un joven australiano que no ha dudado en recorrer más de 15.000 kilómetros para repetir por octava vez. Y su amigo Jack McDonald, que va por sus quintos Sanfermines, asentía con una gran sonrisa.
Integran un grupo de apenas veinte australianos, cuando hace años llegaron a venir a Pamplona hasta 800 de sus compatriotas por San Fermín. La presión de los animalistas contra las agencias de viaje y las medidas contra el Covid que se exigen en algunos países al regreso ha retraído la llegada de australianos, así como de estadounidenses y de asiáticos, que conformaban un grupo numeroso antes de la pandemia.
En estos Sanfermines son más los pamplonicas que se han quedado para disfrutar al menos de los primeros días de las fiestas, y españoles de otros puntos del país. Más de 150.000 personas está previsto que se desplacen a Pamplona durante las fiestas en autobús (130.000), tren (20.000) y en vuelos regulares (2.500), además de los particulares que lleguen en coche. La ocupación hotelera en la ciudad alcanza el 98%, según los datos de la Asociación de Hoteles de Pamplona.
«La grandeza de los sanfermines es que la fiesta está en la calle y la gente que viene de fuera se siente como uno de casa», decía a este periódico Unzué días antes del Chupinazo. En las calles de Pamplona este 6 de julio ese blanco y rojo que llevan grandes y pequeños, de aquí o de allá, no hace distinciones. Todos viven la fiesta. Todos son de casa.
Redacción Ver.bo
Fuente: ABC