Todo tiene visos de tomar un rumbo decisivo en el año 2022 que ahora empieza: la salida de la pandemia, la recuperación económica, el futuro de la democracia, el orden geopolítico mundial e incluso la gobernanza medioambiental del planeta.
Si el final no se produce pronto, recibirán nuevos impulsos los instintos disruptivos más populistas que han alentado las protestas contra los confinamientos, las mascarillas y las vacunas, hasta influir más allá de lo razonable en el signo de las citas electorales más trascendentales del año: las presidenciales en Francia y en Brasil, las generales en Hungría y las de mitad de mandato en Estados Unidos. El populismo de ultraderecha juega fuerte en todas estas partidas pero también dos mandatarios de signo opuesto como Macron y Orban dirimen su futuro y el de los 27, como lo hace Estados Unidos, donde el republicanismo trumpista pretende recuperar las dos cámaras.
A la democracia ahora vacilante o en retroceso le conviene una salida inmediata de la pandemia y una recuperación acelerada, a ser posible acompañada de una persistencia en los planes de estímulo y de las políticas expansivas, no tan solo para asegurar el cambio digital y la economía verde, sino también paliar la extensión de la nueva pobreza y los incrementos de las desigualdades que han acompañado a esta crisis. No facilitarán una recuperación robusta y libre de sobresaltos los altos niveles de endeudamiento, el horizonte inflacionario y la disrupción de las cadenas globales de producción y de distribución, no tan solo los producidos por la pandemia, sino también los que son fruto de la incipiente guerra fría con Rusia y China.
En 2022 deberá resolverse el dilema geopolítico que define la época. La mayor palanca de Rusia y China para satisfacer sus proyectos autoritarios interiores y expansionistas en el exterior, Ucrania y Taiwán concretamente, es la interdependencia energética, tecnológica y científica de las economías globales. Habrá que resolver las dificultades crecientes que plantean las asimetrías entre los regímenes autoritarios, opacos y hostiles a la influencia exterior, y los regímenes democráticos, abiertos y vulnerables, especialmente cuando sirven para exhibir la celeridad y la eficacia del modelo de decisionismo autocrático sobre los lentos y difíciles procesos parlamentarios y democráticos.
A finales del próximo año también sabremos el grado de cumplimiento de los acuerdos sobre cambio climático y transición energética de la COP26 reunida en Glasgow. De momento, dos recomendaciones de la cumbre han sido ya incumplidas, como la gradual eliminación de la combustión de carbón y de los subsidios a los combustibles fósiles. De este año que ahora empieza se deducirá claramente si la humanidad en su conjunto tiene alguna capacidad efectiva para gobernar la casa común, el planeta, justo a la salida de la primera pandemia global y de una incipiente división del mundo organizada alrededor de dos ideas políticas y modelos de sociedad contrapuestos.
Redacción Ver.bo
Fuente: EP