Una ciudad semivacía y militarizada, sin público en las calles, con apenas mil invitados y decenas de miles de uniformados protegiendo la toma de posesión de Joe Biden como 46.º presidente de Estados Unidos… ¿puede quedar algún cabo suelto, algún riesgo imprevisto mañana en Washington?
Ni puede ni debe haberlo pero la presencia de veteranos y agentes de policía entre los asaltantes del Capitolio ha encendido todas las alarmas y obligado al Departamento de Defensa a valorar abiertamente una variable incómoda e inquietante: la posibilidad de un ataque interno perpetrado por extremistas de sus propias filas.
“Debemos ser conscientes de ello y activar todos los mecanismos para revisar y aprobar a los hombres y mujeres que participan en una operación como esta”, afirma el secretario del ejército, Ryan McCarthy. El proceso de revisión de los perfiles es de enormes proporciones. De aquí a mañana se desplazarán a Washington hasta 25.000 efectivos de la Guardia Nacional, una fuerza de reserva formada por voluntarios, más del doble que en ocasiones anteriores.
Veinte estados del país han activado a sus propias tropas en previsión de posibles actos de violencia contra altos cargos, fuerzas del orden y edificios del Gobierno, según advierte el último boletín interno, por parte de personas que creen que Donald Trump fue el legítimo ganador de las elecciones.
El proceso de investigación de los perfiles de las tropas que vigilarán el relevo de poder comenzó hace una semana, son escudriñadas antes de salir de su estado y al llegar. El examen del FBI es un nivel extra de seguridad. “Estamos revisando continuamente el proceso y echando un segundo y un tercer vistazo a todos los individuos asignados”, declaró McCarthy a la agencia AP. El Pentágono aseguró ayer que “no hay indicios de ninguna amenaza concreta” interna, pero los miembros de la Guardia Nacional han sido instruidos para identificar señales de alerta.
Entre las personas detenidas y acusadas de entrada ilegal y comportamiento violento en el ataque al Capitolio figuran varios exmilitares, un colectivo muy codiciado por milicias de extrema derecha como los Oath Keepers, presente en los hechos, pero también se ha detectado a varios en activo.
Unos 30 agentes de policía están siendo investigados por participar no en la manifestación celebrada detrás de la Casa Blanca y coronada con un discurso de Donald Trump sino en el asalto mismo, y se arriesgan a ser expulsados de sus trabajos. Continúan también las pesquisas a algunos agentes en activo en ese momento por colaborar con los insurgentes.
Las fuerzas armadas de EE.UU. están con la democracia, no por la insurrección, recalcó la semana pasada en un inusual comunicado la Junta de Jefes de Estado, que condenó inequívocamente el ataque al Capitolio. “Como hemos hecho durante toda nuestra historia, el ejército de EE.UU. obedecerá órdenes legales de los líderes civiles” y sigue “completamente comprometido con la protección y defensa de la Constitución “de todos los enemigos, extranjeros y nacionales”, advirtió al país y a sus propios miembros. Ayer, el Departamento de Defensa reiteró que el extremismo “no tiene lugar alguno en el ejército”.
La posibilidad de un ataque interno ha sido una pesadilla recurrente para las agencias del orden en EE.UU., en especial desde los atentados el 11-S, por el temor a la presencia de personas radicalizadas por grupos islamistas. Esta vez, la amenaza procede de simpatizantes del presidente Trump y el supremacismo blanco.
La evacuación, ayer por la mañana, del ensayo general de la ceremonia de inauguración en las escalinatas del Capitolio por un incendio y una pequeña explosión producidos en un campamento de personas sin techo a más de un kilómetro del edificio da idea del clima de tensión en que transcurren los preparativos. No se dejó salir ni entrar a nadie del Capitolio durante casi una hora.
Ni Biden ni la vicepresidenta electa, Kamala Harris, participaban en las pruebas. Ambos dedicaron el día a participar en actos de voluntariado en memoria de Martin Luther King, fiesta nacional ayer. En años normales, el presidente suele dedicar una visita al monumento al activista por los derechos civiles en la explanada nacional de Washington pero la escultura se encuentra dentro del perímetro de seguridad cerrado el público. Trump se limitó a publicar un comunicado y no salió de la Casa Blanca.
Hoy martes, a las cinco y media de la tarde hora local, comenzará el programa previo de la inauguración presidencial con un acto recordatorio del dramático contexto en que Biden va a llegar a la Casa Blanca, un homenaje a las más de 400.000 víctimas mortales de la covid en Estados Unidos (las últimas 100.000, en el plazo de solo un mes) y los sanitarios en primera línea. La piscina reflectante de Washington, el Empire State Building de Nueva York y otros monumentos del país se iluminarán a la misma hora en su recuerdo. Este será el primer homenaje nacional a los afectados por el coronavirus desde que comenzó la pandemia, tratada siempre por Trump como un obstáculo político más que como un problema de salud pública y una emergencia nacional.
Para Biden, es la máxima prioridad de su mandato, la crisis por la que se le juzgará. Lo único que se sabe del discurso de toma de posesión por ahora es que presentará la pandemia como una causa común en la que pueden comprometerse todos los estadounidenses y contribuir a recuperar la unidad nacional. El presidente electo no tiene las virtudes oratorias de Barack Obama ni la apabullante energía en escena de Trump pero el país se encuentra más necesitado que nunca de palabras de aliento y proyectos concretos, más que de retórica.
Uno de los artistas que participará en la toma de posesión será el cantante de música country Garth Brooks, conocido republicano. “Mientras tengamos gente como los Biden que están decididos a hacer mejorar las cosas, me siento bien porque no quiero pasar los próximos diez años de vida divididos (…) estoy harto de la división”, manifestó ayer el cantante.
Mientras Donald y Melania Trump ultiman su partida de la Casa Blanca, sus sucesores, Joe y Jill Biden, dormirán esta noche ya en Washington. Pernoctarán en la Blair House, la casa de huéspedes oficiales de la Casa Blanca, situada también en la avenida de Pensilvania pero fuera del complejo presidencial, como antes han hecho muchos otros presidentes electos. Es una de las pocas tradiciones que no se han visto violentadas este año.
Por las lujosas 109 habitaciones de este edificio del siglo XIX han pasado jefes de Estado y altos dignatarios invitados por el presidente, además de sus sucesores la víspera del relevo de poder y expresidentes. Una placa en la puerta de la Blair House recuerda al agente Leslie Coffelt: fue el agente secreto que en 1950 frenó a tiros a dos nacionalistas puertorriqueños que pretendían entrar para asesinar al presidente Harry Truman.
Redacción Ver.bo
Fuente: LVD
